jueves, 4 de diciembre de 2014

Dos esculturas de San Francisco de Juan de Juni en el Convento de Santa Isabel


En el bello Convento de Santa Isabel de Valladolid se conservan muchas obras de artes de primera categoría, hechas por algunos de los más excelsos artífices que moraron en la “capital” del Pisuerga: Diego Valentín Díaz, Juan de Juni, Gregorio Fernández, Juan Imberto, Isidro Villoldo, etc… Otro día hablaremos de los tesoros que custodia este cenobio, hoy nos centraremos en las dos imágenes de San Francisco de Asís con que Juan de Juni cuenta en este convento: una en la iglesia y otra en la clausura, presidiendo una capilla intitulada “de San Francisco”, una de las más bellas capillas claustrales con que aún cuenta Valladolid.


San Francisco arrodillado (h. 1560)
Preside un retablo ubicado en el muro del evangelio de la iglesia, obra también realizada por Juan de Juni. Antes estuvo situado en el lado de la epístola, donde lo vio Bosarte al iniciarse el siglo XIX y todavía seguía en la década de 1960. Lo enmarcaba entonces, al igual que a otro dedicado a la Inmaculada situado en el lado del evangelio, un arco de medio punto de escaso resalte, adornado en el fondo con pinturas fingiendo mosaico.
La arquitectura del retablo muestra una concepción general alejada de sus propuestas más manieristas en favor de un mayor clasicismo pero, a pesar de ello, son reconocibles elementos decorativos muy personales de Juni. Se organiza con banco y cuerpo único, ambos divididos en tres calles, más el ático. Se compartimenta el banco con cuatro ménsulas: las extremas llevan calaveras y tiras textiles mientras que las centrales son robustos angelitos atlantes que juguetean con telas, “el que se pone el brazo delante de la frente –dice Bosarte–es de una belleza inexplicable” Entre las ménsulas hay pequeñas pinturas representando a San Francisco en oración, La toma del hábito por el San Francisco y la Muerte de San Francisco. Sobre las ménsulas se alzan las cuatro columnas corintias, entorchadas, que estructuran el cuerpo. En los intercolumnios laterales hay pinturas de San Bernardino, en el lado del evangelio, y de los santos Pedro y Pablo, en el de la epístola, obra del pintor Jerónimo Vázquez. Sobre ellas reaparecen ángeles retozones levantando un cortinaje que recurre la anchura de las tres calles, por detrás de la figura en bulto de San Francisco, situada en el intercolumnio central. Remata el cuerpo un friso de serafines, de mofletudos y sonrientes rostros, dos de los cuales, los situados en el medio se besan graciosamente. El ático se forma por una caja central, que alberga la pintura de la Estigmatización de San Francisco, coronada por un frontón cuyo vértice se incurva hacia abajo para acoger un medallón con inscripción alusiva a las indulgencias otorgadas al altar. A los lados hay aletones decorados con puntas de diamante y bolas.

Como es habitual en Juni, la escultura de San Francisco (1,38 m.) sobrepasa el espacio en que se halla colocado buscado ese voluntario agobio espacial. Está arrodillado pero en postura tan poco convencional que ha atraído hacia la escultura los más encendidos elogios y también algunas críticas. Desde luego su más ardiente defensor fue, una vez más, Bosarte aunque en su descripción se incluyen también las posibles objeciones: “Está la efigie de San Francisco arrodillado contemplando un Crucifijo que tiene en la mano izquierda, y la derecha al pecho. El diseño de esta figura es de tanta ferocidad, que sobrepuja toda comparación. Su tamaño es del natural; pero reducido a tan breve espacio, que es un ejemplo inimitable de lo que se llama ordenanza. Los rigoristas del decoro podrán oponer a esta figura que su actitud o postura es violenta. Semejantes cargos ya se los harían a Juni cuando vivía. No sabemos lo que él respondería a sus críticos…”. Tras alabar entusiasta los detalles de la decoración del retablo, añade: “Aunque cada parte de esta obra es maravillosa, todo cede a la cabeza de San Francisco. Parece que se propuso emular la del Laoconte”. Pero Juni va más allá de los modelos clásicos y debe “recurrir al fondo de todo su talento” para lograr que el rostro del santo exprese “la profunda humildad, la compunción, el abatimiento del ánimo, en desprecio de sí mismo, y la más ardiente devoción”.

La figura se vuelve sobre sí misma en forzadísima serpentinata que discurre desde el expresivo rostro, vuelto a la izquierda hasta el pie de ese lado, en forzada posición. Los pliegues del hábito, el cordón franciscano y la disposición de los brazos subrayan el mismo movimiento. La mano derecha, nervuda y expresiva, se crispa sobre el pecho en actitud de entrega; sobre el antebrazo izquierdo descansa un libro abierto mientras que con la mano sujeta el Crucifijo. Es muy interesante esta escultura, “cuadro dentro del cuadro” podría decirse, el más pequeño crucificado hecho por Juni pero verdadera obra maestra, de corrección anatómica no igualada en las piezas mayores. La figura está encarnada a pulimento en tanto que la policromía del hábito franciscano, repintada probablemente en el siglo XVIII, es plana con motivos de florones dorados.

San Francisco de Asís de pie (¿Hacia 1560?)
San Francisco (1,38 m.) aparece representado de pie, con sólo un ligero movimiento insinuado por avance de la pierna izquierda y el leve giro de la cabeza; es en realidad una de las más estáticas figuras de su autor. La mano izquierda, nerviosa y expresiva, sostiene abierto el libro de la Orden y un Crucifijo (hoy perdido), en tanto que la derecha gesticula comedida. Grave y solemne es también la expresión del noble rostro, que mira de soslayo con cierta melancolía. La policromía, que corresponde a un momento posterior, se adorna con grandes y aisladas piñas doradas.

Se encuentra en un pequeño retablo de una capilla, situada en el claustro bajo pero comunicada con la iglesia a través de una reja, que en 1550 vendió el convento al matrimonio formado por el doctor Francisco de Espinosa y doña Juana de Herrera. Dos años después, muerto don Francisco, recayó el patronazgo en su hijo mayor el doctor Jerónimo de Espinosa, dos de cuyas hermanas eran, respectivamente, abadesa y monja en el propio cenobio. Él se encargaría de adornar la capilla y, seguramente, de costear la escultura.
Considerado por Martín González como obra hecha por Juni en el último decenio de su vida, recientemente Urrea ha sugerido una fecha más temprana y próxima al San Francisco arrodillado de la misma iglesia.


BIBLIOGRAFÍA
  • FERNÁNDEZ DEL HOYO, María Antonia: Juan de Juni: escultor, Universidad de Valladolid, Valladolid, 2012.
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y DE LA PLAZA SANTIAGO, Francisco Javier: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo XV. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid (2ª parte), Institución Cultural Simancas, Valladolid, 2001.

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