miércoles, 29 de abril de 2015

EL SEPULCRO DEL CHANTRE DE TRASPINEDO. Obra de Francisco de la Maza


En la nave de la epístola de la iglesia parroquia de San Martín, de Traspinedo, localidad famosa por sus riquísimos pinchos de lechazo se encuentra uno de los más bellos bultos funerarios de la provincia; siendo su autor, asimismo, uno de los mejores escultores del último tercio del siglo XVI: Francisco de la Maza. Algún día hablaremos sobre este interesantísimo seguidor de Juan de Juni.

La escultura funeraria, realizada en alabastro, efigia al chantre de Valladolid don Antonio Romero, tal y como podemos leer en una inscripción que se conserva en la imagen: En este bulto yace Don Antonio Romero, chantre de Valladolid, el qual dexó toda su hazyenda a la capilla de San Gregorio. Hizo mucho bien a esta iglesia. Libertó esta villa del servicio real… Falleció a cinco de septiembre, año de 1577”. ¿Y, quién era este personaje? Antonio Romero fue patrono de la capilla de San Gregorio en la parroquia de Traspinedo y libertó a esta villa del servicio Real. Ocupó la dignidad de chantre de la Colegiata vallisoletana desde el año 1554 hasta el día 5 de septiembre de 1577 en que falleció, dejando en ella dotado un responso después de Completas del día 21 de enero y la misa de Prima del día siguiente. En Valladolid había vivido en sus casas de la plazuela de Santa Cruz.
Como ya hemos dicho, su autor fue el acreditado artífice Francisco de la Maza, natural de Meruelo (Cantabria), si bien realizó la mayor parte de su obra desde su taller vallisoletano. Sabemos que fue el autor de esta escultura de manera indirecta, no porque conservemos la escritura de obligación o una anotación en los libros parroquiales, sino gracias al documento escriturado para realizar la reja que aislaría la escultura funeraria. Efectivamente, el 4 de octubre de 1578 el rejero Gabriel Hernández se comprometía a labrar una reja para don Antonio Romero, con objeto de dejar aislado al sepulcro, y se comprometía a ejecutar esta reja “de la forma que Francisco de la Maza, que hace el dicho bulto, dijese es necesario de alto y largo”, compareciendo el mismo artista como fiador del rejero Gabriel Hernández. La reja no se conserva. Sin duda, el sepulcro debió de estar situado en el centro de la iglesia, de ahí la necesidad de la reja.

Con posterioridad se localizó el documento por el cual los testamentarios del chantre, antes de concertar la reja, firmaron el contrato de ejecución del bulto yacente con el escultor. El día 4 de marzo de 1578 Francisco de la Maza se comprometió a realizar el bulto para el entierro del chantre difunto conforme a las siguientes condiciones: La cama y escudo y cornisa donde se había de poner “ha de ser toda la cama e cornisa de piedra de Albar, limpia y el bulto, con sus dos almohadas, de piedra de Navares, de una pieza y un león a los pies y un escudo con las armas de dicho chantre en la delantera de la dicha cama de piedra de Navares, que ha de ser la cama de 8 pies y medio de largo (= 2,38 m.) y 3 pies de ancho (= 0,98 m.) ante más que menos y de alto la cama 4 pies (= 1,12 m.) (…) y el bulto ha de ser con sus manos puestas”. Se obligó a tenerlo finalizado y colocado en la iglesia para el día de Nuestra Señora del mes de septiembre de aquel mismo año, recibiendo a cambio 50.000 maravedíes (= 133 ducados), debiéndose trasladar a Traspinedo para labrar y asentar la obra, en donde se le daría posada y cama además de seis cántaros de vino y una carga de trigo.

Con posterioridad, el 8 de abril de 1578 se produjo un replanteamiento de la obra, seguramente motivado por la intervención del canónigo palentino Francisco Parrillo Romero, pariente del chantre difunto, modificándose sustancialmente las condiciones anteriores y dándose por nulo lo antes contratado. En primer lugar el bulto se mandó hacer en alabastro y el ancho de la cama se aumentó a 4 pies y medio (1,26 m.), siendo la cama “artesonada con su basa y cornisa y con sus molduras artesonadas”, hecha “de piedra de Aldea del Val, limpia y muy buena”, y su cornisa donde el bulto se habría de colocar “ha de ser de alabastro muy bien labrado todo a la redonda”. La cama tendría ahora 3 pies y medio de alto (0,98 m.) bien cumplidos y un escudo con las armas del chantre, situado en su frontis, esculpido asimismo en alabastro y de 3 pies por otros 3 de ancho (= 0,98 x 0,84 m.).
San Pedro
San Pablo
San Andrés
El bulto funerario está hecho de dos bloques, tallado como se ha dicho en piedra de alabastro. El chantre, que aparece yacente y con las manos adorantes, está representado como un sacerdote vestido “como cuando sale a decir misa y echado encima de la dicha cama y sus manos juntas, con su bonete en la cabeza, muy bien labrado y dado su pulimento”. A los pies llevaría un león de alabastro, con aspecto irritado. En el frente de la urna se divisa el escudo, envuelto en tarja. Está dividido en tres campos y se ven tres barras, seis flores de lis y águila explayada. Endosa el chantre casulla, adornada con los relieves de San Pedro, San Pablo y San Andrés. Finalmente, el bulto tuvo unas medidas de “6 pies (= 1,68 m.) poco más o menos conforme al natural de un hombre y de ancho conforme a la proporción que requiere conforme al alto y ha de llevar dos almohadas de alabastro y ha de ser el bulto de dos piezas además del león”. Si el escultor lo labraba en Valladolid, el traslado hasta Traspinedo sería a cargo de los testamentarios del chantre y, además de seis cantaras de vino, Francisco de la Maza recibiría 300 ducados previa tasación, obligándose el escultor a darlo por acabado y asentado el día 1 de noviembre. Las condiciones estipuladas se cumplieron y el escultor finalizó en 1579 el cobro de su obra.

BIBLIOGRAFÍA
  • MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Catálogo Monumental de la provincia de Valladolid. Tomo VI. Antiguo partido judicial de Valladolid, Diputación de Valladolid, Valladolid, 1973.
  • URREA FERNÁNDEZ, Jesús: “El chantre de Traspinedo esculpido por Francisco de la Maza”, B.S.A.A., Tomo LXII, 1996, pp. 355-358. Lo podéis descargar aquí.

viernes, 24 de abril de 2015

PINTORES VALLISOLETANOS OLVIDADOS: Mercedes del Val Trouillhet (1926-2012)


Hoy vamos a tratar sobre una de las artistas vallisoletanas más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Una paisajista muy interesante, cuya obra desconocía hasta que el Museo de la Universidad de Valladolid (MUVa) organizó una exposición con su obra. Sin duda su obra merece difundirse lo máximo posible. Los textos están recogidos del catálogo de aquella preciosa exposición. Hay que saludar la iniciativa de este museo por ir realizando exposiciones sobre artistas vallisoletanos muy poco conocidos para el público en general.
Nació en 1926 en Valladolid. Su afición por el dibujo empezó siendo aún muy pequeña, y a los siete años comenzó sus primeras lecciones, dirigidas desde Madrid por su profesor Timoteo Pérez Rubio (1896-1977). Compaginó sus estudios de colegiata, piano y francés con la carrera artística que había elegido. Al estallar la guerra civil quedó incomunicada con Madrid, perdiendo todo contacto con su profesor de dibujo, y su carrera artística se suspende momentáneamente.

Finalizada la contienda tomó contacto con el gran dibujante y cartelista José Picó Mitjans (1904-1991) que se convirtió en su profesor. Sus primeras lecciones fueron estudiar a fondo la perspectiva, tan necesaria para poder pintar del natural un paisaje, un interior o cualquier otro asunto. Tenía idea de ser artista publicitaria y Picó le mandó hacer numerosos ejercicios de publicidad, al mismo tiempo que sentía gran atracción por las lecciones de paisaje, pues desde muy niña había salido al campo y estaba acostumbrada a ver y pisar la paramera castellana, contemplar el verdor de los pinares y conocer los pueblos.
La primera vez que hizo un apunte de paisaje, a lápiz, fue en Las Moreras. Su profesor le había indicado que metiera en las carpetas, junto a los blocs, un cartón donde previamente hiciera una abertura rectangular de 10 x 7 cm, aproximadamente, ajustando dos hilos, uno vertical y otro horizontal, cruzados en el centro del espacio vacío, que representarían los dos ejes del dibujo en altura y anchura. Así, colocándose el visor ante los ojos, le sería mucho más fácil encuadrar el motivo. Aquel Rincón del Cubo lo llegó a realizar a plumilla y lo presentó a un concurso infantil de dibujo organizado por El Norte de Castilla, en donde se lo publicaron.

Abril en Castilla
Almendros
Bocetos
A partir de entonces, se preocupó por conocer qué era lo que los artistas locales llevaban a los certámenes. La organización “Educación y Descanso” preparaba exposiciones y, a la organizada por la Obra Sindical, presentó un bodegón que colgaron junto a obras de artistas tan prestigiosos como Maffei, Mucientes o Capuletti. Después acudió a otras y prosiguió haciendo carteles publicitarios. A la III Exposición Nacional de Arte, organizada en Madrid por la Obra Sindical, envió un cuadro, seleccionado entre cerca de mil, titulado Caserío, con el que obtuvo medalla de bronce. También confeccionó un cartel para la IV Feria provincial de Muestras de Palencia que consiguió el 2º premio. En el I Salón Femenino de Madrid colgó en 1946 un “paisaje prototipo de la Castilla húmeda; jugoso cuadro de invierno incipiente”.
Así, continuó estudiando a fondo el paisaje castellano, sus tierras, tan difíciles para quienes no las han pisado nunca y para los que las han mirado sin “saber ver”, sintiéndose cada vez más atraída y empeñada en dominar y plasmar su belleza. Estudió también sus cielos rasos y azules o cubiertos de nubes viajeras que dan movimiento y vida al paisaje. José Picó, muy interesado en su carrera, le animaba como profesor y amigo a que se especializara en el paisaje de Castila, para el cual la veía con muchas dotes, y no se confundió.
Trabajó intensamente en la preparación de su primera exposición individual en Valladolid, que se inauguró el 14 de mayo de 1947 en el Colegio de Santa Cruz. La crítica elogió sus cuadros y coincidió en que pintaba una Castilla luminosa con primeros términos decididos y vigorosos, destacando que conseguía unas perfectas lejanías: La triga, La siega, Eras de Zaratán; así como dos cuadros de temas invernales, Nieve y niebla e Invierno, que plasmaban con gran realismo la estación invernal.

Cementerio en la ladera
Cementerio
Cepas y almendros
En octubre de aquel año llevó su obra a Madrid, a la Sala Gumiel, sita en la calle Mayor. Los críticos Mariano Tomás del diario Madrid; José Camón Aznar, del ABC; y Federico Galindo del semanario Dígame, hablaron muy bien de sus cuadros. El crítico Manuel Sánchez Camargo la llevó a Radio Nacional de España para hacerle una entrevista. La prensa de Valladolid, a su vuelta, recogió la noticia.
En 1948 expuso de nuevo en el Colegio de Santa Cruz temas castellanos y también vizcaínos, pero el público elogió preferentemente los primeros, tal vez por sentirse atraídos por su luminosidad. El crítico Carlos Rodríguez Díaz escribió: “Desde su primera exposición a la actual, es decir, en el plazo de un año, la labor de Mercedes del Val demuestra mayor dominio en el difícil arte de la pintura. Ha ganado notablemente en luminosidad y en perspectiva pudiendo asegurarse que lo que entonces era una promesa segura es hoy una realidad cierta”. El rector Cayetano de Mergelina la felicitó animándola a seguir exponiendo en Santa Cruz.

Cepas
Instrumentos de trabajo de la pintora
Por esas mismas fechas se celebró en Madrid una exposición de paisajes españoles en la galería Pereantón, sita en la calle de Hortaleza, organizada por la Asociación Nacional de Pintores y Escultores, a la cual pertenecía. Su cuadro Removiendo la parva se colgó entre otros de muy buenos pintores: César Fernández Ardavin, Chicharro (hijo), Eduardo Martínez Vázquez, Francisco Estebe Botey…
Martín Abril, por Radio Valladolid, consagró a Mercedes su Croniquilla elogiando su obra, no como crítico sino como poeta: “ya es un mérito singular el saber encontrar estas luces, en todo momento estremecidas por unos amarillos suavísimos, que constituyen, para Mercedes, una característica obsesiva de su personalidad, y su personalidad se nos muestra cada vez más madura, entregada fervorosamente a la emoción del paisaje castellano, que ella ha conseguido captar con inefable gracia y extraordinaria maestría. Temas, los de los cuadros de Mercedes del Val todos ellos amables, dulces, tranquilamente líricos. Soltura y vibración de pincelada, elegancia en la factura, frescura en el conjunto ¿es así Castilla? Así ve Castilla una joven pintura, inquieta y original. ¡Qué pintar, señores!, no es copiar con minuciosidad de artesano y trasladar al lienzo lo que vemos con vulgar fidelidad, sino interpretar, traducir, matizar, estilizar, exaltar, iluminar, vivificar, casi nos atreveríamos a decir que pintar es en cierto modo hacer poesía con metáforas de luz, sombra y colores. Y eso lo logra Mercedes del Val con un acierto exquisito y un encanto conmovedor”.

Montealegre
Paisaje
Paisaje
En 1948, en la III Exposición Nacional de Arte Taurino celebrada en Córdoba, presentó su cuadro El encierro de los Sanfermines que, seleccionado, llamó mucho la atención. El director del certamen, José Vellver Cano, al saber que su autora era la más joven de los expositores, la escribió diciendo: “Mi enhorabuena, ha gustado mucho su obra que descubre a una artista ya lograda. Hizo usted un gran papel en sala Brillante con Vázquez Díaz al frente y Amparo Palacios, valenciana, muy buena artista. La húngara Bertta Rossen, Echevarría, Antonio Sánchez, el marqués de Aracena, Solís Ávila, Félix de Frutos y algún otro también de destacada firma. Estuvo usted bien colocada y resistió perfectamente su cuadro. Por eso enhorabuena nuevamente y ¡adelante! Espere confiada en usted misma”. El jurado le concedió mención honorífica porque “si hubiese habido más premios, habría figurado en la relación de medallas”.
En el otoño expuso por primera vez en Bilbao con catálogo presentado por Martín Abril. La Gaceta del Norte, Correo español y Hierro en sus secciones de arte le dedicaron elogiosas críticas, destacando sus temas del campo castellano, radiantes de poesía a lo Gabriel y Galán y de luz goethiana, que es la sinfonía predilecta de la artista. Animada por este éxito, volverá a exponer en Bilbao al año siguiente.
No dejó de recorrer la provincia de Valladolid y allí donde veía un motivo para pintar clavaba su caballete y, con extraordinaria rapidez, pintaba los bocetos. Había que trabajar deprisa para conseguir las luces siempre cambiantes, así como las figuras de personas o animales en movimiento. Nunca tuvo preferencia por un pueblo o lugar, como otros pintores, para ella toda tierra que pisaba pertenecía a la provincia. Pintó las calles de Zaratán y sus eras; las lomas de Geria, con sus rebaños; Simancas, con su puente romano; Tordesillas, con las piedras doradas de sus torres reflejadas en el río; Sieteiglesias, con sus trillas a pleno sol o sus lomas rosadas a la caída de la tarde; Alaejos y sus surcos; Urueña y sus llanuras; Tudela de Duero y sus vendimias; los pinares de Traspinedo, Olmedo, el Pinar de Antequera, Viana, Mojados…

Paisaje con caseta
Paisaje con cepas grandes
Paisaje con mulas
En 1952 recibió la noticia más agradable de toda su carrera artística. En Madrid, en la Exposición Nacional de Bellas Artes, el más importante certamen español de pintura y escultura, le habían seleccionado un cuadro. Ya se había presentado más veces pero sin suerte, no se había desalentado y luchó por conseguir un puesto entre los más destacados pintores de aquellas fechas. Al fin lo consiguió, pensaba que en un buen historial artístico no sólo caben los triunfos, también han de estar las desilusiones, las épocas malas que obligan al auténtico artista a seguir adelante, pensando que vencer sin dificultades es triunfar sin gloria.
Mariano Tomás, crítico del diario Madrid, en su recorrido por las diferentes salas del Palacio de Velázquez, al llegar a la 8ª, de los 15 cuadros colgados destacó solamente a diez artistas. De Mercedes del Val dijo: “presenta un lienzo –Cargando paja– bien entonado de matices y valiente de dibujo”. También José Prados López, crítico de arte de Radio España, la nombró entre otros pintores dedicándole lo siguiente: “personalísimo y acertado en la luminosidad el paisaje de Mercedes del Val, que va logrando superaciones inteligentes en su deseo. La obra de esta pintora ha alcanzado un puesto de respeto y admiración por su original manera de acertar ante la naturaleza”.
No quiso ausentarse nunca de Valladolid, prefirió quedarse a sabiendas de que al hacerlo cortaba las alas a su carrera artística. No obstante, se desplazaba con alguna frecuencia a Madrid para ver las exposiciones más destacadas, estar al tanto de la pintura, meterse un poco en el mundillo artístico e incluso participar en exhibiciones como la organizada por la Asociación de Pintores y Escultores, colgada en los salones Macarrón o en la del XXV Salón de Otoño, celebrada en el Palacio Velázquez, en la que recibió una 3ª medalla en la sección de pintura en paisaje, por el que representaba unos surcos con un arador en primer término, al fondo el pueblo de Olmedo y gran celaje con luces verdosas de un atardecer.

Paisaje con palomar
Pinos
Surcos
Después de exponer en la Sala Artis de Salamanca, en 1953 presentó sus cuadros individualmente en Madrid, en la sala Los Madrazo. Mariano Tomás y Camón Aznar hicieron la crítica de su obra en los diarios Madrid y ABC. El periodista vallisoletano Córdoba la entrevistó para el diario Pueblo en su sección “Díganos la verdad”, acompañando su trabajo con una caricatura. También Prados López, en Radio España, Madrid, la elogió y, en el semanario Dígame, el acuarelista Federico Galindo dice: “La galería Los Madrazo, en donde la pintora expone sus obras, se ha convertido por obra y gracia de ellas, en llanura castellana, con toda su grandeza y sus delicadezas de color”. En verano se trasladó con sus cuadros a San Sebastián. Es la primera vez que exponía allí, en “Galería de Arte”. Colgó 18 cuadros que llamaron poderosamente la atención por su luminosidad. Los críticos del Diario Vasco, Unidad, Hoja oficial del lunes y La voz de España se volcaron en exaltar la obra, señalando que la artista alcanzaba, en plena juventud como pintora, toda una maestría.
En abril de 1955 expuso de nuevo en Madrid, en la sala Los Madrazo, con éxito de críticas, y en mayo participó en la Exposición Homenaje a Goya, celebrada en el Círculo de Bellas Artes, donde se colgaron 200 obras donadas por sus autores. Aquel verano marchó con su caja de pinturas a Noja para ejercitarse haciendo bocetos de su maravillosa costa y bosques de eucaliptos. Al regresar a Valladolid decidió viajar a París y a su vuelta se publican en prensa sus impresiones: refiriéndose a la pintura dijo que “allí, como en cualquier parte, cada pintor tiene su estilo, pinta como quiere y lo que quiere. Yo, como ya llevaba el mío, no necesité buscar otro; si hubiera ido desorientada, creo que entonces me hubiera quedado más tiempo. París como ambiente para el artista es fabuloso, más aún para el verdadero bohemio”.
De París se trajo bastantes bocetos de los lugares más típicos, y en su estudio los transformo en cuadros que llevó a Bilbao en 1956 y a Salamanca al año siguiente. Un crítico vasco, refiriéndose a los tres temas que presentaba, completamente distintos a los acostumbrados a pintar por Castilla, por su técnica y color, dijo que había logrado darles un auténtico sabor parisino: “sobre todo en el Moulin de la Galette que han pintado y repintado todos los aspirantes a la inmortalidad, pero pocos con la gracia de esta mujer”. En la ciudad del Tormes, este contraste de los grises con el sol de Castilla seguramente logró que, durante la exposición de Salamanca, se quedara sin sus cuadros parisinos.

Tordesillas
Tordesillas
Trigales
Con motivo del XXIX Salón de Otoño de Madrid, de 1957, obtuvo medalla de plata por su cuadro Eras de Zaratán. La periodista Mercedes de la Viña Zuloaga, en su página “Para ti, lector”, del Diario Regional, la entrevistó con tal motivo. Al año siguiente colgó sus obras en la misma sala madrileña de años anteriores. En el Ya aparece su caricatura firmada por Federico Galindo; Ángel Lera de Isla, en El Norte, hablando de la exposición, la menciona junto a Aurelio García Lesmes y Castro Cires como representativos del paisaje castellano. Prados López, en Madrid, encabeza su sección con los nombres de Moreno Carbonero y Mercedes del Val. Del primero habla por celebrarse el centenario de su nacimiento y con Mercedes se vuelva por su obra hecha “… con una técnica personal, íntima, jugosa, plena de concepción y sabiduría, de pensamiento que busca la continuación y el futuro. Porque los cuadros de Mercedes del Val quedarán con el tiempo, con seguridades perennes afincadas en lo humano del recuerdo por justicia y necesidad para otros pintores de después, que así sabrá que en estos tiempos de confusión y atrevimiento, había almas preparadas en lo sensible para poder luchar con la ignorancia y el cinismo, consiguiéndolo. Es un regalo extraordinario esta exposición de esta pintora castellana, Mercedes del Val, que va escribiendo su propia historia con esos afanes juveniles que viven en la tierra, pero que tienen sus sueños más allá de las nubes”.
En agosto de aquel año marchó a los Países Bajos y se estableció en Lovaina para visitar diversas capitales y estudiar en sus museos a los pintores del renacimiento nórdico. Acompañada por el crítico de arte Adriaan de Roover, de Amberes, frecuentó varios estudios de pintores de vanguardia y en el del pintor Albert Van Cleemput, de San Nicolás, coge y maneja por primera vez la espátula. Al volver a Valladolid, después de una estancia en París, escribió un reportaje sobre su viaje a Bélgica para el Diario Regional, donde había colaborado como dibujante ilustrando, entre otras, la portada de un extraordinario dedicado a la mujer.
Hasta marzo de 1960 no volvió a exponer y lo hizo en Salamanca. Aquel mayo marchó a Madrid y los críticos Prados López, Galindo y Cobos descubrieron nuevas calidades en su obra: “Mercedes del Val posee un abundante bagaje técnico que no pesa en su pintura. Su sensibilidad hace grácil su obra pese a la reciedumbre de una pintura sin blandenguerías. Cuando pincelea y espátula comunica a sus paisajes una deliciosa frescura.

Tierras
El Campo Grande nevado
Acudió en 1961 al XXXII Salón de Otoño, alcanzando la 1ª medalla con su cuadro Luces en el bosque, toda una sinfonía de colores otoñales. La prensa de su tierra le concede un sincero aplauso por este triunfo conseguido en la capital, y los críticos madrileños elogian su obra. Fue en la galería de la Caja de Ahorros de Asturias, en Oviedo, donde en 1962 colgó 22 óleos de sus paisajes de Castilla. Era la primera vez que exponía allí. Toda la prensa se ocupó de su obra: La Voz de Asturias, Región, Nueva España publicaron críticas, reportajes y entrevistas, apreciándose mucho sus temas llenos de luz y poesía. Allí dejó unos cuantos cuadros, entre ellos Luces en el bosque.
Al año siguiente viajó a Roma y a su vuelta ultima los preparativos para exponer otra vez en Madrid por tener reservada la Sala Alcón, en la calle Infantas. La introducción del catálogo la hizo el crítico Prados López y en televisión en poeta conquense Federico Muelas le dedicó una bella presentación.
En 1964 se encontraba estudiando una nueva modalidad para sus paisajes de Castilla. Había estado observando exposiciones en Madrid desde hacía algún tiempo y había descubierto que los pintores más destacados habían ido transformando también su arte en los últimos años. Se decidió a pintar el paisaje castellano dándole una nueva interpretación. Había observado muchas veces que Castilla en las primeras horas del día resultaba de una serena belleza sorprendente. Decidió pintarla así; sólo buscando su color, su luz desvaída sin contrastes, sin dureza, sin claroscuros. Sería una Castilla auténtica por encima de todo. Apacible, sosegada como una madre tendida al tibio sol de un amanecer. Trabajó calladamente en su estudio. No dijo nada a nadie. Hizo muchos bocetos, rompía unos, se quedaba con otros. Al fin, pasado el tiempo, se puso a pintar las telas.

Castilla con palomar
Camino amarillo
Su nueva obra la inauguró en junio de 1966, en la vallisoletana sala de la Caja de Ahorros de Salamanca. Dos años después, en 1968, expuso en Valladolid con ligeros cambios en relación a su muestra anterior. Desde aquel momento creó una pintura intelectual, pero algunos echaron de menos sus anteriores obras luminosamente empastadas. En 1969 expuso en Madrid 21 cuadros en la sala de la Editora Nacional. Aquel mes de mayo el “Grupo Velázquez”, formado exclusivamente por pintores, en su XIII exposición, dio paso a trece pintoras. La exposición se celebró en la galería madrileña Grife-Escoda, situada en la calle de los Madrazo, y Mercedes colgó un cuadro de “cepas” entre cuarenta destacadas firmas: José Bardasano, José Cruz Herrera, Julio Pérez Torres, Agustín Segura, Domingo Huetos, Teresa Sánchez Gavito, Rita Vié, Carlos Moreno, Aurelio Blanco…
Se presentó de nuevo en Valladolid en 1970 con 21 cuadros de pinos, cepas, gavillas, almendros, surcos, barbechos, rastrojos… estos serán sus temas preferidos. El crítico de El Norte de Castilla, Corral Castanedo, apuntó: “Mercedes del Val es la descubridora de los pinares, pero yo veo en ella, por encima de todo, a una original pintora de campos y de tierras. Mercedes ha dejado atrás su época luminosa. Su pintura se ha ido estilizando, lo mismo que los troncos de sus pinos… el lienzo sirve de apoyo para unas leves impresiones cromáticas. Pastas casi secas y como empolvadas por el paso de un rebaño. Óleos sin brillo como envueltos en la madurez de la pátina, en el momento de nacer… se vale de una técnica depurada y escueta para llevarnos de la mano hasta esa su Castilla al mismo tiempo calcinada y florecida. Una espátula vigorosa se ha encargado de eliminar, de aventar todo lo que no era esencial. Creo que la paleta de Mercedes del Val ha alcanzado una difícil simplicidad profunda en esos paisajes casi sin cielos. Quizá porque el cielo ha bajado para confundirse con estas tierras en las que dialogan el misticismo y una apaciguada sensualidad”.
En julio de 1879 quedó finalista en el X Concurso de Pintura “Medalla María Vilaltella”, de Lérida. A este certamen asistieron relevantes firmas del arte español, y el pintor José Lapayese fue quien se llevó el único premio.

Como venía exponiendo en Valladolid cada dos años, porque le gustaba pintar despacio, y más al ser su técnica lenta y trabajosa, en 1972 mostró en la sala de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Salamanca sus obras más recientes. Continuó trabajando en la misma línea, pero con tonalidades más fuertes, más vivas. Ortega Coca, en el Diario Regional, aseguraba que “si tuviéramos que definir la obra de Mercedes del Val con pocas palabras diríamos, delicadeza, virtuosismo, elegancia y finura. Todo esto es lo que caracteriza a estos cuadros y hacen que sean tan cotizados entre el público que encuentra repetido en ellos el eco de su propia personalidad”.
En marzo de 1974 colgó una nueva exposición en Madrid. Tenía que haber estrenado su obra el año anterior, pero con la enfermedad y muerte de su padre, se encontró con que no tenía suficiente obra. El director de la galería de arte Lázaro, la sala más encantadora de Madrid, enterado de su situación le animó a exponer y retrasó la inauguración. Fue aquella su última individual.
A pesar de su gran aceptación y de los reconocimientos seguidos, le entró un sentimiento de cansancio tal que desde entonces únicamente participó con sus obras en exposiciones colectivas organizadas por la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción, de la que en 1975 había sido elegida miembro de número.

BIBLIOGRAFÍA
  • VAL, Concepción del y URREA, Jesús: “Apunte autobiográfico de Mercedes del Val Trouillhet (1926-2012)”, Catálogo de la Exposición Mercedes del Val Trouillhet, Universidad de Valladolid, Valladolid, 2014.